En esa tesitura, en la primavera de 1887, Rudolf se encontró gravemente enfermo. Había contraído una enfermedad venérea: a estas alturas, se sigue debatiendo si fue gonorrea o una sifílis galopante. La versión oficial, por supuesto, aludía a una enfermedad socialmente aceptable en vez de vergonzante: se dijo que padecía una afección de la vejiga con el añadido de un fuerte acceso de reumatismo. Lo que sí está claro es que el desarrollo de la enfermedad causó intensos dolores de cabeza, pérdida de visión temporal, serios quebrantos en las articulaciones y una aguda depresión en Rudolf. Entre tanto, sin informarle de las razones que lo motivaban, los médicos de la corte imperial habían practicado un reconocimiento ginecológico exhaustivo a la princesa Stephanie. Y no les cupo la menor duda: se había contagiado del mal que aquejaba a su marido.
En sus Memorias, publicadas décadas más tarde, Stephanie realiza una descripción de aquel episodio crucial en su vida que pone los pelos como escarpias en quien lo lee. Si bien es cierto que uno, cuando se sienta a redactar unas Memorias, tiende a elaborar una versión de los hechos que le dejen en buen lugar, no hay porqué dudar de que, en ese asunto concreto, los acontecimientos hayan discurrido exactamente cómo los relata Stephanie.
Hay que pensar que nos referimos a una época en que las señoras, las auténticas señoras, las mujeres bien criadas y decentes, no tenían la menor noción respecto a ciertas enfermedades hasta que, por desgracia, se veían infectadas por sus maridos. Para Stephanie, resultó una sorpresa, y desagradable, que los médicos se presentasen de pronto insistiendo en practicarle un reconocimiento "íntimo". No se le daban explicaciones, sino respuestas claramente evasivas; probablemente, se considerase ofendida y humillada de antemano porque quizá supondría que buscaban una explicación al hecho de que, cuatro años después del nacimiento de Erzsi, aún no hubiese concebido otro retoño, preferiblemente de sexo masculino. Tras el examen en profundidad, los galenos quedaron plenamente convencidos de que la gonorrea se había transmitido de Rudolf a Stephanie. La enfermedad requería un tratamiento, un tratamiento duro y desagradable como todos los que se relacionaban con las enfermedades venéreas: en general se recurría al mercurio. Pero lo peor de todo es que parecía claro que, debido a aquel suceso, Stephanie quedaría incapacitada para tener más hijos.
Se puede experimentar compasión por Rudolf y Stephanie, pero es indudable que, en este aspecto, ella se lleva la palma de los sentimientos piadosos. Si él había contraído una gonorrea, al menos había sido porque, libremente, había optado por una vida privada bastante promiscua en la que no se empleaba ninguna clase de profilaxis. Pero Stephanie era absolutamente inocente: nada había hecho, excepto compartir el lecho con un marido del cual cada vez estaba más distanciada porque le constaba que, pese a todo, era su deber ofrecerle un heredero a los Habsburgo. Sin embargo, Stephanie recibió peor trato que Rudolf: nadie cuidó de no herir sus sentimientos, nadie le ofreció apoyo emocional, nadie hizo nada por ella excepto conminarla a seguir a rajatabla un fuerte tratamiento sin que pudiese "irse de la lengua" bajo ningún concepto. Para mantener la versión oficial acerca de la enfermedad de Rudolf, no podía trascender la enfermedad de Stephanie. Ella tenía que aparecer como si estuviese sana y satisfecha con su vida al margen de la lógica preocupación por un marido achacoso, mientras, en privado, se le aplicaba una "cura" drástica acerca de la que tenía que guardar secreto.
No hace falta mucha sensibilidad para comprender la reacción de Stephanie. Le sobraban los motivos para querer escupirle sapos y culebras a la cara a Rudolf, que la había puesto en aquella situación vergonzosa. Aparte, hacia el futuro, a ojos de la corte y del país entero, ella sería la "princesa defectuosa" que no lograba engendrar un hijo, cuando, en realidad, su esterilidad había venido provocada por el putañeo de su marido. Las escenas entre Rudolf y Stephanie acabaron, definitivamente, con su relación conyugal e incluso quedó meridianamente claro que no soportarían tratarse el uno al otro con mediana afabilidad. En aquella época, la pareja llegó a considerar, seriamente, la opción de un divorcio.
Hay que pensar que nos referimos a una época en que las señoras, las auténticas señoras, las mujeres bien criadas y decentes, no tenían la menor noción respecto a ciertas enfermedades hasta que, por desgracia, se veían infectadas por sus maridos. Para Stephanie, resultó una sorpresa, y desagradable, que los médicos se presentasen de pronto insistiendo en practicarle un reconocimiento "íntimo". No se le daban explicaciones, sino respuestas claramente evasivas; probablemente, se considerase ofendida y humillada de antemano porque quizá supondría que buscaban una explicación al hecho de que, cuatro años después del nacimiento de Erzsi, aún no hubiese concebido otro retoño, preferiblemente de sexo masculino. Tras el examen en profundidad, los galenos quedaron plenamente convencidos de que la gonorrea se había transmitido de Rudolf a Stephanie. La enfermedad requería un tratamiento, un tratamiento duro y desagradable como todos los que se relacionaban con las enfermedades venéreas: en general se recurría al mercurio. Pero lo peor de todo es que parecía claro que, debido a aquel suceso, Stephanie quedaría incapacitada para tener más hijos.
Se puede experimentar compasión por Rudolf y Stephanie, pero es indudable que, en este aspecto, ella se lleva la palma de los sentimientos piadosos. Si él había contraído una gonorrea, al menos había sido porque, libremente, había optado por una vida privada bastante promiscua en la que no se empleaba ninguna clase de profilaxis. Pero Stephanie era absolutamente inocente: nada había hecho, excepto compartir el lecho con un marido del cual cada vez estaba más distanciada porque le constaba que, pese a todo, era su deber ofrecerle un heredero a los Habsburgo. Sin embargo, Stephanie recibió peor trato que Rudolf: nadie cuidó de no herir sus sentimientos, nadie le ofreció apoyo emocional, nadie hizo nada por ella excepto conminarla a seguir a rajatabla un fuerte tratamiento sin que pudiese "irse de la lengua" bajo ningún concepto. Para mantener la versión oficial acerca de la enfermedad de Rudolf, no podía trascender la enfermedad de Stephanie. Ella tenía que aparecer como si estuviese sana y satisfecha con su vida al margen de la lógica preocupación por un marido achacoso, mientras, en privado, se le aplicaba una "cura" drástica acerca de la que tenía que guardar secreto.
No hace falta mucha sensibilidad para comprender la reacción de Stephanie. Le sobraban los motivos para querer escupirle sapos y culebras a la cara a Rudolf, que la había puesto en aquella situación vergonzosa. Aparte, hacia el futuro, a ojos de la corte y del país entero, ella sería la "princesa defectuosa" que no lograba engendrar un hijo, cuando, en realidad, su esterilidad había venido provocada por el putañeo de su marido. Las escenas entre Rudolf y Stephanie acabaron, definitivamente, con su relación conyugal e incluso quedó meridianamente claro que no soportarían tratarse el uno al otro con mediana afabilidad. En aquella época, la pareja llegó a considerar, seriamente, la opción de un divorcio.
1887 resultó un año crucial para Stephanie. Así, en el mes de septiembre, tras los meses de duro tratamiento, la princesa que se veía abocada a aquel matrimonio que sólo le producía repulsión a tenor de los últimos acontecimientos, Stephanie tomó una decisión drástica. Con un escaso séquito, abandonó la villa imperial de Bad Ischl, tradicional lugar de vacaciones desde la época en que la habían alquilado cada verano los archiduques Franz Karl y Sophie para compartirla con sus jóvenes hijos aún solteros, Franz Joseph, Maxi, Karl Ludwig y Ludwig Viktor. Franz Joseph había conocido a Elisabeth en Bad Ischl: allí se había enamorado y allí se había formalizado el compromiso. Para conmemorar ese hecho, la archiduquesa Sophie, madre del novio y tía carnal de la novia, había adquirido la villa. Se amplió la planta, dándole forma de una "E" en honor a Elisabeth, y se emprendieron una serie de reformas. Desde aquella época lejana, Bad Ischl seguía siendo el escenario estival por excelencia de los Habsburgo.
Stephanie puso rumbo a París. Entre que salía de Bad Ischl y llegaba a París, la noticia había alcanzado la corte belga desde la corte austríaca: estaban ante una "bochornosa escapada" que había que "resolver" de la mejor manera posible en el menor tiempo posible. Al establecerse en el Hotel Bristol de París, Stephanie se vió abordada de inmediato tanto por el embajador belga en la capital francesa, el barón de Beyens, que contaba con la confianza del rey Leopold II, como por el encargado de negocios austríaco en la capital francesa, el conde Zichy. Beyens y Zichy aunaron esfuerzos para "meter en vereda" a la "descarriada" princesa. Sin embargo, Stephanie no estaba dispuesta a arreglar el desaguisado viajando de inmediato a Ostende, en Bélgica, dónde se hallaban sus padres con su hermana menor, para permanecer allí unos días y emprender luego regreso a Bad Ischl. Si Stephanie hubiese actuado así, se hubiese podido propagar la versión de que la princesa había salido de Bad Ischl para complacerse en una breve estancia en Ostende con su familia, pero que había pasado por París para, por ejemplo, recoger unos vestidos o unos sombreros.
En cambio, la díscola Stephanie marchó de París a la isla de Jersey, en el Canal de la Mancha. La prensa austríaca y la prensa belga no osaban comentar el asunto abiertamente, pero en el resto del continente no se andaban con tantos miramientos. En general, se juzgó que la princesa reaccionaba con su fuga a "infidelidades" de su marido. Recordaba el proceder de su suegra, Elisabeth, en la gran crisis acaecida al cabo de unos años de matrimonio más o menos estable, a la vez que la actitud de su madre, Marie Henrietta, de apartarse de Leopold en cuanto podía hacerlo con la excusa de que necesitaba "un spa".
Para cuando Stephanie cedió a las presiones ejercidas por su familia de orígen y su familia política para que volviese a Austria, no se encontró "buenas caras". Los Habsburgo estaban ya curados de espanto -o eso creían...- respecto a las constantes escapadas de Elisabeth. Se daba por descontado que la emperatriz era una belleza excéntrica a la que nada ni nadie podrían encauzar mejor a aquellas alturas. Pero lo que se permitía en Elisabeth, no se permitía en Stephanie. Stephanie no era una hermosura fantasiosa y voluble, sino una princesa que había cumplido con esmero sus deberes oficiales. No se esperaba menos de ella que que siguiese haciéndolo, independientemente de la precariedad absoluta de su matrimonio con Rudolf.
En cambio, la díscola Stephanie marchó de París a la isla de Jersey, en el Canal de la Mancha. La prensa austríaca y la prensa belga no osaban comentar el asunto abiertamente, pero en el resto del continente no se andaban con tantos miramientos. En general, se juzgó que la princesa reaccionaba con su fuga a "infidelidades" de su marido. Recordaba el proceder de su suegra, Elisabeth, en la gran crisis acaecida al cabo de unos años de matrimonio más o menos estable, a la vez que la actitud de su madre, Marie Henrietta, de apartarse de Leopold en cuanto podía hacerlo con la excusa de que necesitaba "un spa".
Para cuando Stephanie cedió a las presiones ejercidas por su familia de orígen y su familia política para que volviese a Austria, no se encontró "buenas caras". Los Habsburgo estaban ya curados de espanto -o eso creían...- respecto a las constantes escapadas de Elisabeth. Se daba por descontado que la emperatriz era una belleza excéntrica a la que nada ni nadie podrían encauzar mejor a aquellas alturas. Pero lo que se permitía en Elisabeth, no se permitía en Stephanie. Stephanie no era una hermosura fantasiosa y voluble, sino una princesa que había cumplido con esmero sus deberes oficiales. No se esperaba menos de ella que que siguiese haciéndolo, independientemente de la precariedad absoluta de su matrimonio con Rudolf.
Ese otoño, la pareja imperial conformada por Rudolf y Stephanie hubo de hacer de tripas corazón para realizar un viaje oficial a Galitzia, hoy en día una región de Polonia, pero, en aquella época, una área geográfica integrada al menos en su mayor parte dentro del imperio austro-húngaro.
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