Tan pronto como cumplo mis 18 años, cuando ya comienzo enérgicamente
a manejar mi nueva escoba.
Primeramente, fuera toda la gente vieja. Los viejos son
aburridos y feos. No saben bailar ni saben divertirme; están siempre predicando
prudencia y reflexión, y de estas eternas recomendaciones y amonestaciones de
moderación estoy fundamentalmente harto y lo excluye mi recién formado temperamento ardiente.
Fuera, pues, los rígidos mentores, uno no necesita ser educado; como joven me
es lícito hacer lo que quiera. Fuera, a una distancia respetable los confesores
y consejeros, que aburrido tener que venir a este mundo a atarse a reglas
religiosas y anticuadas que solo nos privan de los mayores placeres “sexo-
drogas y alcohol, ¿Por qué no gozar de la vida, no tiene ningún otro sentido
sino ese?. Fuera, y muy lejos, todos aquellos para los que hablar hay que hacer
un esfuerzo casi espiritual.
Todos aquellos que no sepan contar anécdotas maliciosas, ni reírse,
que asustados y tímidos se dejen estar en medio de una alegre reunión como si
tuviesen dolor de vientre y bostezan de sueño, mientras los otros solo a
medianoche comienzan a estar animados. No vayan a bailes, que no jueguen, no
coqueteen con mujeres y hombres… no! Que no sean aprovechables para nada: en
las reuniones intimas, en mi mundo de juguete, en aquellas arcádicas praderas
de la frivolidad y la petulancia, están completamente fuera de lugar.
A mi lado, exclusivamente jóvenes desenfrenados; una alegre
compañía que no eche a perder con una abobada gravedad el juego y las bromas de
la vida. Si estos compañeros de diversión son o no de alta categoría, tienen
una mala fama, y si poseen un carácter honorable a irreprochable, que importa!,
se toma poco en consideración; tampoco necesitan ser excesivamente cultos ni educados -la gente culta es maliciosa, y pedante
la educada-; solo les basta que posean
un espíritu aventurero, que sepan referir anécdotas picantes y hagan buen papel
en las fiestas. Diversión, diversión y diversión es lo primero y lo único que exijo de mi círculo íntimo
de amistades.
Mi personalidad es así: yo amo el movimiento, la agitación y
la excitación es mi verdadero elemento. Por el contrario, permanecer
tranquilamente sentado, oír, leer, escuchar, reflexionar, y, en cierto modo,
hasta dormir, son para mí insoportables ejercicios de paciencia. Sólo ir y
venir, arriba y abajo y de un lado a otro; comenzar algo, siempre cosa distinta,
sin terminarlo nunca; estar siempre ocupado, sin, a pesar de ello, aplicarme a
nada seriamente; sólo percibir constantemente que el tiempo no se detiene; ir
tras él, adelantársele, vencerlo en su carrera... Nada de comidas largas; sólo
catar algunas galletitas; no dormir mucho, no meditar mucho; no pensar mucho; nada
más que ir siempre adelante y adelante, en ociosidades, en cambio permanente.
Como ser humano poseo sin duda muchos dotes y mucho talento,
pero, por desgracia, no tengo ni la voluntad de utilizar seriamente estos dones
naturales, i de profundizar su valer y aturdidamente disipo mis capacidades
para disiparme a mí mismo. “reflexionar” es una carga para mi impetuoso
temperamento, todo pensamiento que no sea el que brota de repente significa
para mí un esfuerzo, y mi naturaleza caprichosa odia toda especie de esfuerzo
intelectual. No quiero más que juego, solo facilidad, no quiero ninguna
molestia, ningún autentico trabajo, nada que exija paciencia y atención. Charlo
exclusivamente con la boca y con el cerebro. Cuando me hablan escucho distraído
y con intermitencias, no digo nada, no pienso nada, no leo nada hasta el final,
como de un salto me aparto de todos los consejeros razonables, para unirme a
mis gentiles amigos que piensan como yo. Solo se trata de gozar, solo de no ser
perturbado por reflexiones, cuentas y economías. Vivir solo para los sentidos y
no pensar en nada, moral de toda esta sociedad; moral de la adolescencia de
este siglo XXI en el cual vivimos.
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